Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra
sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento
escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa
en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor,
ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea
mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán
que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte
que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas
no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos
en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre
sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
Luis Cernuda
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