31 de enero de 2012

Fuego del hogar


Aún no pongáis las manos junto al fuego.
Refresca ya, y las mías
están solas; que se me queden frías.
Entonces qué rescoldo, qué alto leño,
cuánto humo subirá, como si el sueño
toda la vida se prendiera.
¡Rama que no dura,
sarmiento que un instante es un pajar
y se consume,  nunca,
nunca arderá bastante la lumbre,
aunque se haga con estrellas!
Este al menos es fuego
de cepa y me calienta todo el día.
Manos queridas, manos que ahora llego
casi a tocar, aquella, la más mía.
¡pensar que es pronto y el hogar crepita
y está ya al rojo vivo,
y es fragua eterna, y funde, y resucita
aquel tizón, aquel del que recibo
todo el calor ahora,
el de la infancia!
Igual que el aire en torno
de la llama también es llama,
en torno de aquellas ascuas humo fui.
La hora del refranero blanco, de la vieja cuenta,
del gran jornal siempre seguro.
¡Decidme que no es tarde!
¡Afuera deja su ventisca el invierno y está oscuro.
Hoy o ya nunca más. Lo sé.
Creía poder estar aún con vosotros,
pero, vedme, frías las manos todavia
esta noche de enero
junto al hogar de siempre.
Cuánto humo sube.
Cuánto calor habré perdido.
Dejadme ver en lo que se convierte,
olerlo al menos, ver dónde ha llegado
antes de que despierte,
antes de que el hogar esté apagado.

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