19 de octubre de 2010

Fragmentos

Al principio no sabía con qué excusa pasar el mayor tiempo posible a su lado.
Más tarde no sabía cual era la mejor manera de quedarme a pesar de haber salido por la puerta. Por más prácticas que hice no conseguí el don de la ubicuidad.
Así que un  día decidí comenzar la ardua tarea de dejarme olvidada en imperceptibles fragmentos en los pocos metros que tiene su casa.
Como un repelente scout con corbatilla bicolor, la primera vez dejé una señal para no perder el rumbo en el mapa de navegación de vuelta. Un papel con unos dibujos mal trazados de esos que siempre hago. Hacía calor. Abrió la ventana. El papel voló. Volé yo. Un día de otoño al irme dejé caer un pañuelo que llevaba alrededor del cuello. Como si hubiéramos retrocedido en el tiempo hasta esos siglos, donde no sólo no era una vulgar cursilería, sino un signo inefable de que algo quedaba por decir entre una mujer y un hombre. Un signo descarado e imperdonable. Una vez que lo vi ahí desparramado sobre el suelo de madera calentito por esa exagerada calefacción central se me antojó ridículo.
- Se te ha caído- me lo dió y cerró la puerta sonriendo c omo casi siempre.
Bajé las escaleras enredándolo entre el pelo y apretándolo al cuello, para que no dejara que la garganta tragara como traga cuando quiere hacer pucheros.
Otra tarde me marchéc omo tantas otras sin decir nada.
Trabajaba en s estudio y era un pacto entre caballeros no molestar ni para el hola, ni para el adiós. Me aseguré de quedarme mejor escondida. Entre cojines del sofá dejé un pendiente. Sabia que nunca lo encontraría. Que no limpiaría tan a conciencia para encontrarme ahí, entre las entrañas de ese sofá de espuma recogido en el rastro un domingo por la mañana.
A los días me llamó para decirme que una maiga lo había encontrado.
En verano el frgorífico se llenó de cerveza y aire. Ahí me metí. No sé cómo, pero al fondo me quedé en forma de hielo en la cubitera de plástico quebrada por una esquina. Pero el verano pasa, como pasan ls horas y como se derriten los hielos entre las bocas cansadas.
Dejé monedas, horquillas, miles de elementos diminutos que formaban mi esencia y que de unamanera u otra desaparecían, como desaparecían las horas para seguir soportando fragmentarme, de sa forma constante, hiriente y desoladora, por la cruenta de la misma.
En invierno fue uno de mis sombreros, que ahroa descansa inerte sobre el perchero de la entrada. Siempre le sentó mejor que a mi cabeza.
Me voy de viaje les dije a todos. Sin mayores explicaciones, sin demasiadas penas y ninguna gloria. Mal vendí muebles, enseres y dejé mi piso de alquiler. Cogí toda la ropa  y la metí en las maletas y la facturé con rumbo a ninguna parte. LLamé a su puerta. Esta vez no podría olvidar nada, ni un jersey, ni un pendiente, ni una risa, ni un puto papel. Ya no tenía nada. Tampoco podría esconderlo, esconderme. Desnuda ante la puerta sin tan siquiera una triste maleta como Teresa ante Tomás y su insoportable levedad del ser, permanecí inmóvil. Él cogió el sombrero del perchero y me lo puso sobre el pelo empapado de agua, calor y frío.
- No sé por qué no te quedaste escondida, olvidada en  mi casa mucho antes.


Relato de "Velas al Viento" E. Libros del Vigia
Selección y Prólogo de Fernando Valls

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